sábado, 12 de mayo de 2012

Benditos sean los olvidadizos, pues superan incluso sus propios errores.

Pongo los pies sobre la tierra. El despertador aún no ha sonado. Me giro y miró el lado derecho de la cama; nada. Casi lo olvidaba. Ya no hay más que un revoltijo de sábanas frías, la alcoba vacía. A duras penas consigo vencer la gravedad, y lo primero que encuentro es mi reflejo en un espejo. Vaya. Cenicienta, has dormido muchos años. Mi pelo, de ese color indefinido, ahora adquiere un tono blanco que me recuerda a las damas de noche y las pecas que se abrían paso en mi juventud habían quedado transformadas en intensas arrugas que surcaban mi cara. Mis manos pellejosas y mis uñas desgastadas recorren los labios que ya no se pueden pintar. Cuantos años he dejado pasar desde que ya no está. La persiana no está echada, y la luz del sol  aún es demasiado débil. Camino arrastrando los pies hasta la salida del cuarto, no sin antes dejar una mirada panorámica a todo lo que ahora habita esa habitación. Ese libro sobre la mesilla de noche, acumulando polvo día tras día, siempre marcada la misma página. Como cada mañana, me obligo a llegar hasta la cocina y pongo la cafetera sobre el viejo hornillo. Y de nuevo pongo dos tazas cagadas de café. Las miro seriamente; la ira me corroe. Estampo una contra el suelo, dejando la taza hecha añicos por todo el enlosado, imitando a una de esas obras modernas que nadie puede entender. Me siento como si nada hubiera pasado, dejando que el ardor de mi café calienten las frías manos y el frescor de la mañana enfríe la cabeza. El sitio vacío ante mi me lo vuelve a recordar todo, una y otra vez. Casi soy capaz de verlo entrar por la puerta con esas sonrisa y la incertidumbre mal enmascarada en sus ojos verdes, recogiendo la taza de café del suelo sin preguntar nada más. Porque él era así. 

Me conoces, soy una chica impulsiva.

Y a mucha gente podría haberle molestado que no le preguntaran que le había pasado, que no la achucharan a preguntas sin respuesta, agobiando con miradas inquisidoras. Él era diferente. Un mechón de pelo blanco me devuelve a la realidad. Los verbos en pasado, su mirada verde. Como me engaña el subconsciente. Mi cerebro ha decidido recordarlo así, como a mi me gustaba, con esa sonrisa, la piel morena, el pelo azabache y los ojos verdes. Dejo la taza vacía sobre el fregadero y miro los restos de café en el suelo una vez más antes de salir. Los ruidos comienzan a rellenar la casa, ruidos que vienen de fuera. Cuando llego a mi cuarto, la cama está hecha y un traje negro descansa sobre ella. Me lo pongo sin rechistar. Mientras lo hago puedo ver mi figura ya deformada por el tiempo, arrugada como si llevara años metida en agua. Pero cuando saco la cabeza por el traje casi soy capaz de verme con mi pelo de color indefinido y mis ojos negros, luciendo el traje rojo que él me compró, mientras me abraza por la espalda, recordándome la misma anécdota una y otra vez.
Dios buscó a Adán y le entregó a Eva. Este, sorprendido le preguntó: "Dios, ¿por qué la has hecho tan hermosa?" A lo que Dios le contesta: "Para que puedas amarla." La observó Adán durante un rato y volvió a preguntar: "¿Y por qué la has hecho tan tonta?" Y Dios respondió: "Para que ella pueda amarte a ti."
Y yo sonreía como la Eva del cuento. De nuevo, el mechón blanco. Me tumbo de nuevo en la cama y se apaga la luz.

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Recuerdo una voz a lo lejos que me resulta familiar. Abro los ojos y veo el reluciente rostro de mi hija, no podía ser otra. Miro a mi lado, pero la cama está vacía. O llena de ausencias. Un hola mamá y una sonrisa de su parte y una pregunta inquisidora de mis labios: ¿Dónde está tú padre? seguido de un bostezo despreocupado. Pero ese mamá, papá hace años que murió me desconcierta. Extrañada tengo que luchar contra la gravedad y encontrarme con mi reflejo: el pelo blanco, las arrugas de mi piel, mis ojos pardos. Cenicienta, has dormido muchos años.

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...