viernes, 31 de enero de 2020

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca se hubieran dicho, como si en realidad esas no importaran. Porque las malas, las que duelen, se clavan como una espina, hundida en la carne, tan difícil de sacar, que el cuerpo la acaba aceptando, con dolor. La acaba aceptando, pero sin dejarte olvidar que sigue ahí, haciendo daño. Entonces, igual que tu cuerpo, tu cerebro decide recordarte que todo lo malo que te han dicho sigue ahí, sin curar, supurando, doliendo. Te lo trae de nuevo, fresco, como si acabaras de escucharlo, con la puñalada en el corazón. Y vuelves a pensar si de verdad mereció la pena. Si mereció la pena escucharlo, vivirlo. Mientras vas buscando la manera de escapar de un pensamiento recurrente que solo pretende destrozar tu integridad. Pero a saber cuando lo vas a encontrar. 

Mientras, el cuerpo va aceptando la espina. Hasta que ya no pueda más.

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