domingo, 4 de noviembre de 2012

I love us.

La amo. Me encanta su sonrisa, su pelo, sus rodillas. Me encanta el lunar con forma de corazón que tiene en la piel. La forma en la que a veces se moja los labios antes de hablar. Y el sonido de su risa. Me encanta mirarla cuando está dormida. Me encanta escuchar esa canción cada vez que pienso en ella y cómo consigue que me sienta. Hace que todo sea posible, no sé... como si mereciese la pena vivir, tío.
Y parece que en cualquier momento echarías a volar. Eso es lo que me sucedió a mi. Y a ti. Fue nuestra elección, la de correr hacia el vacío, con esas inagotables ganas de volar. Podríamos haber tomado otra dirección, quizás aquel día podría no haberte sonreído. Quizás dos semanas más tarde podría no haberte preguntado si te iba bien. Pero lo hice, e hice cosas que ya me había prometido no volver a hacer. Como la tontería esa de volar. Puede -y solo puede- que si aquel día yo no hubiera hablado de mi jersey azul aún seguiríamos aquí. Podría haber elegido mil caminos que no me llevaban hasta ti, y sin levantar los pies del suelo. Porque, ¿sabes qué? los humanos no tenemos alas, y nadie da nada gratis, por lo que todas las sonrisas las pagué muy caras.
La odio. Odio sus dientes torcidos, odio su corte de pelo de los 60, odio sus rodillas huesudas, odio su mancha con forma de cucaracha en la piel. La forma en la que se chupa los labios antes de hablar. Y odio el sonido de su risa. ¡Odio esa canción!
Entonces lo odias todo. Todo lo que has vivido, todo ese desperdicio de energía que ahora tienen otros rodando por la piel. Esos pobres ilusos sonríen. Y piensas: ¿Qué mierda creen que están haciendo? Quizás podrías acercarte a ellos y decirles todo lo que ocurrirá, que no son más que dos equivocados. Y lloras, para que negarlo. Lloras al oír esa puñetera canción que siempre suena, te enfadas al tener frente a ti esa comida y odias tremendamente aquel jersey azul. Pero os diré algo. Un día escuchas esa puñetera canción en la radio y tardas más de cinco minutos antes de relacionarla; has dado más de tres mordiscos a aquella comida antes de poner cara extraña y alguien te ha dicho que ese jersey azul te queda tremendamente bien antes de ni siquiera pensar que quizás algún día te salgan alas. Porque piensas: "nunca lo volveré a hacer." Hasta que apareció ella.

Entonces la historia es completamente diferente. Pero eso ya es otra, bueno, historia.

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...