viernes, 20 de mayo de 2011

Que nadie pare tu llanto y que nadie apague tu sonrisa.

El niño entra en la sala sin apenas decisión. No está seguro de eso. No está seguro de nada. En la puerta se aprecia el cartel de 'Objetos Perdidos'.
Se acerca al mostrador con pasos titubeantes y mira acongojado al hombre mayor detrás del mostrador. Se aclara la voz y comienza la conversación.
-Hola. Siento molestarle a estas horas. Pero es que he perdido algo.- Comenzó el joven.
-Eso lo he supuesto solo con que pusieras un pie en este antro, niño. Todo el que pierde algo viene a buscarlo aquí. Así que dime, ¿qué perdiste?-
-No lo sé.- Contestó el niño rápidamente. No parecía que estuviera burlándose del anciano en absoluto, pero la situación era extraña.
-Vamos, chico. Déjate de tonterías. Todos sabemos lo que perdemos cuando perdemos algo. Simplemente es algo que echamos en falta.- Intentó explicar el viejo.
-Pues yo no lo sé. Es cierto que echo algo en falta, pero no sé lo que es. Pero lo necesito de nuevo.- El niño bajo la mirada. Al anciano ya no le pareció tan niño.
-Bueno, haremos algo. Te voy a ayudar en lo que cabe. ¿Es un objeto material?- El chico lo miró de nuevo, no entendía muy bien.
-¿Es que puede que no sea algo material?- El viejo dejó a la risa suelta por la sala.
-Claro que sí. Podemos perder muchas cosas: la risa, el amor, la tristeza, el llanto, la amistad, el miedo, la valentía. Todo, chico, todo.- El niño lo pensó un rato.
-Pregúntemelo uno en uno. Así lo sabré, de eso estoy seguro.- Pidió el pequeño, algo más animado.
-Está bien. ¿Es el amor lo que te falta?- El niño lo pensó.
-No, no es eso. Lo siento aquí, en mi corazón. Algo estropeado, pero nada que no se pueda arreglar.-
-Bien, chico, eso es bueno. Prosigamos. ¿Es la tristeza?- El anciano ladeó un poco la cabeza. Creía saber la respuesta a esta pregunta.
-No, no es eso. Ella también está aquí, conmigo. Comparte piso con mi amor.- El viejo sonrió levemente.
-A ella también la necesitamos créeme. Si no es eso...¿es el coraje?- Al decir esto, el hombre llenó su pecho de aire, con un ridículo intento de imitar a antiguos caballeros muertos en batallas.
-No. Sigue aquí, de la mano de la valentía. Aunque tengo que reconocer que se habían escondido durante unos días. No son ellos.- Al viejo hombre se le ensanchó la sonrisa.
-Quizás echas de menos la risa. ¿Es ella?- El niño esta vez lo pensó más detenidamente.
-No...ella ha vuelto de nuevo conmigo. Por lo tanto ahora soy un poco más feliz incluso. No es ella tampoco.- El anciano se agachó y sacó un pequeño frasco con algo transparente en su interior.
-¿Y si es el llanto? No hace mucho encontré este frasco lleno de lágrimas.-
-No, no es eso. Por un momento pensé que se me había agotado, pero solo fue una burda ilusión.- El niño se quedó meditabundo.
El anciano salió de detrás del mostrador, apoyando sus pasos en un roído bastón. Acarició el pelo del chico.
-No te falta nada. Hazle caso a estas arrugas que saben más que la tersa piel de tus manos. Eres joven. Sal ahí afuera, cómete el mundo, que nadie te diga lo que puedes y no puedes hacer, que nadie se atreva jamás. Que nadie para tu llanto, que nadie apague tu sonrisa. Hazle caso a estas arrugas.- El anciano le sonrío. 
El chico miró el cuadro colgado en la pared. 
-Usted también perdió algo, ¿verdad?- El anciano le siguió la vista.
-Hay cosas que se pierden y ya no se pueden recuperar.- El niño lo miró.
-Tomaré su consejo si usted hace lo mismo. Que nadie para su llanto y que nadie apague su risa.- El anciano asintió con una sonrisa, despidiendo al niño que se iba más contento, canturreando cualquier canción.
El viejo sacó una caja. Tenía un nombre. Ponía miedo e indecisión y metió algo que, sin ni siquiera inmutarse, le había quitado al niño.
Cerró la caja y la guardó. Entonces comenzó a llorar.
El pequeño frasco ya no estaba encima de la mesa.

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...