viernes, 27 de mayo de 2011

No dejaste de ser princesa por no tener príncipe azul.

Ella nunca se recogía el pelo. Siempre llevaba su melena colocada al azar del día. Solo y exclusivamente lo recoge cuando hace demasiado viento o cuando está pensando. He mirado por la ventana. No hay más que una suave brisa veraniega. No hay viento. Pero ella lleva su largo cabello hecho un moño en la parte alta de su cabeza.

Llevaba observándola un rato. No eran preocupaciones por lo que leía. De hecho, casi podía asegurar de que solo hacía como la que leía, mientras su mirada vagaba perdida por las letras del los papeles y su cabeza movía los engranajes, ponía cada cosa en su lugar. No hablaba con nadie. Aunque su amigo hacía bastante que había comenzado un monólogo apresurado, gesticulando y a veces riéndose. Me preguntaba si él no se había dado cuenta de que ella no escuchaba, no era capaz. 

Si era cierto que a veces sonreía con dulzura. Supongo que era para que su amigo no se molestara por su indiferencia. Yo sabía que no era una indiferencia con alevosía, por decirlo de alguna manera. No lo hacía queriendo, simplemente no podía. Su cabeza estaba inmersa en lo que estaba haciendo, en lo que estaba pensando. Y, mira, todo esto había empezado al darme cuenta de su pelo recogido. No sabía si acercarme a ella, no quería molestarla, ni a ella ni a lo que deambulaba por su cabeza. Hace días que anda como ser etéreo, casi inexistente. Deambula por los sitios como las ideas lo hacían. Decidí levantarme y sentarme frente a ella, que con gran esfuerzo levantó la mirada para dedicarme una sonrisa. Increíble. Sabía que sus pensamientos la atormentaban y ella, aún así, regala sonrisas a todo con el que se cruza. No sabía exactamente que decirle, era complicado para mí. Yo no era nadie, no era nada, no sabía nada. Había vuelto a hacer como que leía. Me armé de valor y comencé a hablar.

-Sigues siendo guapa. No ha cambiado porque hayan dejado de decírtelo.- Volvió a mirarme, algo sorprendida, pero prestándome una inmerecida atención. -Sigues oliendo bien a todas horas, no ha cambiado porque hayan dejado de decirlo. Te sigue gustando bailar, aunque no haya nadie para compartir tu baile. Te sigue gustando reír. No va a cambiar porque no haya nadie que lo haga contigo. Sigues siendo perfecta, no cambió por estar sola. Sigues teniendo ideas magníficas aunque no haya nadie que te las aplauda. Sigues siendo divertida y teniendo un gran corazón. No te faltan las fuerzas. No dejaste de ser princesa por no tener príncipe azul.- Había terminado con mi monólogo improvisado, ni siquiera sabía como había podido comenzar a hablar y había dejado que las palabras salieran de mi boca si nada más importara.

Ella no hizo ruido alguno. Sus lágrimas caían silenciosas por sus mejillas y su respiración andaba algo agitada. Habían pretendido dejarle un final feliz. Pero el final tenía que decidirlo ella para que fuera un verdadero final feliz. Esto más bien estaba siendo una pesadilla. No era capaz de darse cuenta. Seguía esperando, como la niña tonta que siempre fue. Estaba dejando que se la comieran por dentro, sin oponer resistencia. Me levanté de nuevo, bajo su mirada entristecida a la vez que sorprendida. Escuché su 'gracias', mas no lo había dicho en un tono elevado. Volví a mi sitio.

La seguí observando. Lentamente levantó una mano y agarró la goma elástica que sujetaba su pelo y jaló de esta, haciendo que le cayera lentamente sobre la espalda. Eso me hizo sonreír. No iba a dejar de pensar por eso, pero era un pequeño pasa para mi y, aunque todavía no lo supiera, un gran paso para ella.

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...