miércoles, 11 de abril de 2012

Me emborracho de mañanas sin problemas.

Abro los ojos. De nuevo esa sensación pastosa en la boca, esa de tantas horas sin beber. Aún no soy consciente ni siquiera de donde estoy. Distingo el color del techo y eso ya me parece demasiado esfuerzo. Media vuelta. No quiero salir de aquí. Hoy no. ¿Quedaría demasiado mal decir que me la pela lo que pase allí fuera? De todas formas no tengo porqué decirlo, con pensarlo me doy por satisfecha. Aquí dentro yo soy dueña de todo lo que tengo, de todo lo que soy. Nadie viene a recordarme que mi vida es más que finita. Es ínfima, es un suspiro. Aquí me siento reina de un reino sin fronteras, reina de mis pensamientos, mis ideales, mis sentimientos. La sensación desagradable que me oprime el pecho a menudo desaparece cuando apago la luz y el mundo desaparece. Cuando estoy mal, triste, desahuciada por todo lo que me pudo pasar, simplemente duermo. Parece increíble. Tengo sueños y pesadillas, excepto cuando realmente me encuentro mal. Mi cerebro desconecta, deja literalmente de trabajar. Debo suponer que me da un tregua. Pero, como puedo notar, esa tregua ha terminado, porque no llevo ni dos minutos consciente de donde me encuentro y ni uno que adiviné el color de las paredes y ya he pensado toda esa sarta de sandeces. No quiero ver a nadie que no se encuentre en este momento aquí conmigo. Porque si no está significa que no lo necesito. O me obligo a creérmelo. 

I think it's time to get drunk.

Miento. Saldría de aquí para beberme media botella de whisky con unos cubitos de hielo.  Como los de aquel bar de mala muerte al que siempre voy. Allí donde, como aquí, no me piden que sea más alta, más delgada, más guapa, más simpática para cumplir mis deseos. Y sí, soy así de simple. Creo que el tipo de detrás de la barra ya sabe quién soy y que voy allí cada fin de semana. Normalmente siempre pido lo mismo, a no ser que sea un día especial. Esos días no pido whisky, pido algo peor. Algo fuerte y que sepa bien. Que ayude a mi cerebro a desconectar antes de que caiga la noche y sea la luna la única que me haga compañía. No como ahora, que el sol me está llamando a gritos desde el otro lado de la ventana mal cerrada. Me duele la cabeza, o eso creo a primera vista. "Ayer bebí hasta jurar, pero hoy no me levanta ni Dios." Que mierda importa lo demás. Como si a lo demás lo importara yo algo. Ahora mismo no recuerdo ni mi nombre. Aquí, con mi boca pastosa, mi cerebro aletargado, mis extremidades entumecidas y ese penetrante olor a alcohol 95º soy la persona más feliz sobre la faz de la tierra. Lo soy hasta que recuerdo quién soy.

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Espina.

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