domingo, 19 de julio de 2015

Lo dejas todo perdido.

Perdido, como el que deja un grifo abierto y el agua escapando de una humilde prisión. Perdido como se pierden las cosas, el tiempo, la vida. Como el que pierde las ganas de ser, de estar. Lo estás dejando todo perdido, y yo me estoy dejando perder. De todas formas, ya qué más da. Hay cosas que se pierden y ya no se vuelven a recuperar, como esos calcetines que entran en un mundo paralelo al que los mortales no sabemos llegar. Me estoy dejando llevar a ese lugar, al de los niños perdidos, al de Nunca Jamás. Hacemos cosas por encima de nuestras posibilidades. No las hacemos, lo intentamos; y yo estoy intentando convertirme en una experta en arreglar casualidades y se me da fatal. Nunca -he sido nada de eso, no lo seré- jamás. Pero reconozco que es difícil de aceptar; tan difícil como dejar que los fantasmas te persigan de nuevo, que vuelvan a estar, a hablar, a dañar. Tan difícil como callar las ganas de gritar. Que no habrán visto mis fantasmas. No recuerdo cuando llegaron. No sé cuando se irán. Ahora sólo sé cuando me fui, cuando lo dejé todo perdido, con las ganas de arreglar casualidades antes de olvidar.

Pero ahora lo dejas todo perdido, me estás dejando perder, me tienes perdida.

Lo estoy haciendo mal muy bien.

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