domingo, 12 de febrero de 2012

Demencia juvenil.

Ciento dos razones pa' querer matarme; ciento una pa' adorarme. Yo elegiría la segunda, que tiene una menos de la que preocuparme. Que quieres que te diga, si yo te prefiero en mi vida y soy yo la que se va. Me giro, media vuelta, finjo estar triste. Cierto, no es verdad. Tantas ganas de contar lo que me pasa y no me salen las palabras adecuadas que miden, como si de versos se trataran, la realidad de mis palabras. No, nada de esto tiene sentido, ni lo que digo, ni lo que pienso, ni lo que escribo, ni lo que vivo. Nada. Pero sigo aquí, aclarando ideas que aún no existen, que están por nacer. Si al final va a ser verdad que no está hecho el asno para la boca de miel. No te preocupes, es solo una historia absurda más de dos amores que se encuentran, vivien un idílio y despiertan veinte años más tarde dándose cuenta de que sus vidas han sido tiradas por el desagüe del inodoro. Cómo iban a saber que perderían el tiempo de esa manera, que cometerían errores tan atroces como el no decirse cada mañana que la lista que adoraban aumentaba cada día con una niñería más. Que dejaban muy atrás las razones por las que se matarían el uno al otro sin ser a besos. Eso lo han perdido, porque decidieron enamorarse un día y no volver a hacerlo nunca más. Que coraje, pues deberían haberse enamorado de nuevo cada día, el uno del otro. ¡Que no muriera el idílio! Ellos, ellos lo mataron y ahora es solo culpa suya. 

Loca, loca, locamente loca.

Que esto no tiene sentido, ya lo sé. Pero que importa, "piensa en verde". ¿Acaso algo de lo que hacemos acaba teniendo algún sentido? Yo tampoco quiero tener sentido, por qué debería tenerlo lo que escribo. Y mi falta de concordancia es la razón número cien de una de las dos listas. Tú decides cual.

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Espina.

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