martes, 24 de enero de 2012

Déjame.

No te vayas. No te alejes de mi sin enseñarme lo que es el fuego de la vida, lo que es arder por la pasión. Muéstrame los enrevesados caminos hasta la locura, esa sensación de tocar el cielo con los dedos, de sentir la muerte y acabar desfallecido por el éxtasis. Ábrete a mis ojos y a mi mente, permíteme que indague entre los sentimientos más mundanos, más...más. Dame más antes de irte. Enséñame lo prohibido, lo que todos callan, que mantiene escondido. Tú muéstramelo sin tapujos, muéstrame esa desaparición tan delincuente, tan llamativa; que no lo es porque llame la atención, sino porque se mantiene viva con el paso de los años. Que yo no quiero mi existencia vacía sin sentir lo que todos buscan. Quiero una respiración que no lleve el ritmo de la música de Mozart, que cree una nueva melodía, que se vuelva adicta al desenfreno.

Muéstrame, enseñame. Se diferente.
Enséñame como mi cabeza puede perder el norte sin pisar el sur y como el resto de mundo puede desaparecer sin destruirse. Permíteles a mis sentidos unas vacaciones, y a mi cerebro que deje de pensar y no saber si volverá. Y a mis manos que sientan el fluir de los latidos, que se les escapen las palabras, que no las puedan atrapar. Ábreme las puertas del infierno, no me dejes escapar, que me conozco. Ve llamando al médico, que se me para el corazón, que mi paladar ya no quiere otra cosa que no sea tu nombre al saberlo pronunciar. Mis dedos ya buscan a tientas a lo que se han vuelto drogadictos. Enséñame que es lo que les das, susúrramelo al oído, que no se entere nadie más. Acércate, el entusiasmo me corroe. Acerquémonos, ya no queda nadie más. Solo el éxtasis colgando de las terminaciones de tu cuerpo.

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Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...