lunes, 25 de julio de 2011

La sentencia.

'Todo esto es culpa tuya.' Fueron sus últimas palabras antes de dejarme solo una vez más. Ella no compredía mis inquietudes, así que la dejé marchar sin rechistar. No buscaba nada especial. Simplemente continuar con una vida llena de sorpresas, haciendo lo que realmente deseaba. Pero no tardó mucho tiempo en llegarme el momento que más temía, ese momento que sabía que llegaría y había retrasado lo máximo posible, hasta que los muros que lo contenían se desvanecieron por una razón que no comprendo: me di cuenta de que las sorpresas que preparaba siempre habían sido para ella. Que lo que realmente deseaba era ella. Para ese instante, ya era demasiado tarde. Demasiado. Yo ya estaba sentenciado.


Entonces lloraba. Me levantaba solo y exclusivamente para volver a reconstruir los muros que se me deshacían, cada vez más rápido y con más facilidad. El tiempo se me hacía eterno. Cambiaba el mundo y yo seguía allí, parado, mirando la vida pasar, a la espera de algo inesperado. Preguntarme que estaba haciendo era algo inecesario, nada me sacaba de donde me había acabado metiendo. Y para ese entonces tenía miedo. Miedo a no volver a ver la luz del sol, miedo a la incertidumbre que manejaba mis actos, miedo a no mirar a la muerte a los ojos, miedo a tener miedo. Pero sobretodo, miedo a que todo eso durara para siempre. Si me había condenado, que fuera sentencia de muerte.

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