domingo, 31 de julio de 2011

Será mejor que nada.

Me despertó la luz del sol a través de las cortinas y la ventana abierta, con esa suave brisa con olor a mar. Podía escuchar las olas al morir en la orilla de la playa. Alguien me llamaba desde el piso de abajo. Yo me levantaba, me ponía esa bata que apenas servía para nada pues era semi transparente y bajaba las escaleras con andares gráciles. Y allí estaba él. Siempre tan perfecto, pero siendo un desastre. Me hizo sonreír, al verlo allí, diciéndome que lo sentía, pero que no había tortitas para desayunar. A mi, solo se me ocurrió abrazarle por la espalda, dejando caer mi cabeza en su espalda.

Y será mejor que nada.


Hasta que me desperté. Abrí los ojos y seguía estado en esa mierda de piso, un cuarto sin ascensor. Por la ventana no se veían más que edificios que mataban las buenas vistas, el mar ya no se olía y el aire que entraba era cálido. Pero lo peor era que no se escuchaban las llamadas desde el piso de abajo. ¿Desde que piso de abajo? Corrí hacia la cocina, aún con la esperanza de encontrármelo allí, tan perfecto y tan desastre, diciéndome que no habrá tortitas para desayunar. Allí no había nadie. Y la botella de vino sobre la mesa seguía goteando en el suelo ese líquido tan preciado de color rojo al que me había acostumbrado desde que me dí cuenta que lo que me quedaban no eran más que sueños..

1 comentario:

Iván Santiago dijo...

imprecionante entrada cariño. me ha gustado muchísimo

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...