lunes, 14 de noviembre de 2011

Un rayo de lámpara de salón.

...Entonces me dijo que todo lo que escribía era triste. Que nunca dejaba constancia de una palabra de aliento, de un rayo de sol, de luna, o de lámpara de salón. Me dijo que siempre escribía cosas tristes, de amores desaliñados, de olvidos inminentes, de niños descuidados que inventaban juegos de mayores. Por otro lado, me dijo que solo las personas tristes escribían cosas que valían la pena. Que los  felices escribían mierdas, que era el precio que había que pagar. Llegando pues a mi propia conclusión quería decirme que todo lo que escribía era bonito, pero a la vez la persona más triste que había conocido. Eso me hizo replantearme varias cosas, haciendo una retroinspección de mi propio ser, mi propia voluntad. Coloqué una balanza sobre la mesa: dos platillos dorados perfectamente equilibrados. Introduje un pequeño pedazo de papel por cada llanto en una de las balanzas, en la otra, un trozo por cada carcajada descontrolada.
¿Cual fue mi conclusión?
Para ser sinceros, no terminé mi experimento. Acabé riéndome de aquella gilipollez.
Al final va a ser que ganó mi risa.


No hay comentarios:

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...