martes, 1 de noviembre de 2011

Palpita el tiempo.

Palpita el tiempo y el corazón hace tic-tac.


El tiempo pasa, pasa y las manecillas del reloj hacen un ruido ensordecedor, ensordecedor que me estremece de la cabeza a los pies. El tiempo pasa, pasa y me mata, me mata literalmente, metafóricamente, estúpidamente, contiendo las lágrimas vacías en un frasco de cristal. Estoy fuera de juego, dentro del fuego, y el agua no se quiere acercar; acércate y enfríame, que calor me sobra y no lo quieres ver. Pero no puedes, porque, de nuevo, el tiempo lo impide, o quizás sea el dolor de las manecillas y el tic-tac que no deja de sonar. Que se pare, que se pare y basta ya, mucho ha pasado hasta el punto de anestesiar los sentidos indiferentes al pasado y muertos de miedo a lo que puede pasar. Porque pasan. Pasan como el tiempo, las manecillas, el tic-tac, el fuego que me quema, el juego que no sé empezar. Dónde queda el presente que llevamos esperando toda nuestra vida; a lo mejor en el frasco de cristal, en un frasco que cuando lo abras sepa a mar; o a amar, pero de eso que haces de verdad, sin pensar, con las manos atadas a la espalda, dejando que te mate literalmente, metafóricamente, estúpidamente, dejando que algo escape de tu alma, un pedazo, una porción, un fragmento, un adiós que no regresará jamás. Mas dejar de esperar el instante -de nuevo el tiempo- que te traiga el frío -de nuevo el agua- sin tenerte que importar si se rompe -de nuevo el cristal- ese trasto una vez más. -y de nuevo el corazón.- Factores indispensables, indispensables como .

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