domingo, 12 de junio de 2011

Sin mi no eres nada.

De nuevo aquella sala amueblada de manera estrafalaria, con muebles antiguos y ese diván que tanto miedo me daba. El doctor ya me esperaba sentado tras la mesa, escribiendo cosas con esa horrible letra que le salía. Normal, era mi médico.
Me senté en la alargada silla sin que nadie me lo pidiera. Ambos sabíamos por qué estaba yo allí.
-Hacía tiempo que no te veía por aquí. ¿Te tomaste unas vacaciones?- Preguntó él, sin dejar de apuntar cosas en los papeles.
-Si. Se podría decir que me tomé unas vacaciones momentáneas. Pero me he visto obligada a volver.- Le contesté, mirando al techo. Escuchaba el movimiento de la pluma. SRAG SRAG SRAG. Era continuo y no había pausa.
-Eso está bien. Pero, ¿qué te hizo volver?- Siempre era la misma rutina: él hacía las preguntas, yo las contestaba.
-Recordé que estaba sola.- Respondí. Seguía ese ruido tan peculiar, era como una interferencia
-Te hace mal venir aquí. Solo te ayudo a recordar cosas que intentas guardar en un cajón cerrado de esta sala. Me dijiste que los escribiera para ti y los encerrara hasta que pudieras volver aquí sin verlos.- Me dijo, tajante. Sabía que me estaba mirando. Era esa sensación de que te observan tan especial.
-Eso no es del todo cierto. Te dije que los encerraras aquí hasta que pudiera volver sin verlos y me dolieran. Porque sé que un día los miraré y no me moriré un poco más y que mis lágrimas no decidirán hacer puenting ese día.- Me sudaban las manos. Nunca supe que tipo de emoción era esa: miedo, angustia, temor, impaciencia. No sé.
-Me llega demasiada información. Estarás al tanto de eso, ¿verdad? Tenía suficiente con lo que tenía antes. Me llevo todo el día decidiendo que escribir y guardar, que escribir y tirar y que, sencillamente, no escribir.- Se quejó. Había vuelto ese sonido peculiar.
-Ese es tu trabajo, para eso te mantengo con vida.Yo soy la jefa, ¿no?- No había sido la mejor manera de contestarle. Pero estaba algo cansada de andarme con verdades a medias.
-Estás cansada de andarte con verdades a mediad, ¿eh?- Joder, odiaba que lo supiera todo de mi. Pero, seguía aquí, y eso me emocionaba.
-Si. Muy cansada. Cansadísima. ¿A quién le importa? Ellos preguntan: ¿Cómo estás? Y yo siempre digo: Estoy, que ya es algo. Y a nadie le importa. Todos responden con una estúpida risita y te cuentan su vida. Ninguno se paró a escuchar. No como tú. Aunque a veces te colapses.- Todo esto él ya lo sabía, incluso se me pasaba por la mente la estupidez que era contárselo. Pero, creo que me sentía mejor así.
-Lo sé. Míralo de esta forma: Soledad nunca te abandonará.- Qué original, ¿verdad? Me abruma con sus ideas inteligentes y ese humor tan sutil.
-Es raro, pero ya estoy mejor.- Me incorporé en aquel enorme sillón.
-Estás hablando con él.- Respondió tajante. No dejaba de escribir ni un momento. Está vez si lo miré.
-A ti no te importa.- Borde. Así estaba. Él no dejo de escribir.
-Me importa. Cuando él habla mis trazos son más suaves, se leen mejor, los guardo con cariño. Porque vienes a buscarlos muchas veces, cuando más te duele.- Tenía razón. Otra vez. La mayoría de las veces tenía razón, por no decir siempre y darme un margen de confianza.
-Está bien. Él me hace sonreír, a la vez que ahoga mis problemas. ¿Es eso malo?- Ya me había puesto en pie. Era hora de irse de nuevo.
-Me parece perfecto. Amar no es malo.- Esta vez levantó la vista de los papeles, con esa sonrisita pícara.
-Yo no le amo.- Abrí la puerta y antes de cerrarla lo escuché de nuevo.
-Eso díselo al verdadero jefe...- Oh, a veces lo odiaba. Y pensar que sin mí no era nada. No más que una maldita masa visceral de color grisáceo. Y al parecer se había compinchado con el que vivía unos pisos más abajo. Ese de color rojo. ¿Pero él que iba a hacer?
No era más que la voz de mi conciencia.

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...