lunes, 13 de junio de 2011

Y tú.

Noche. Lluvia. Diciembre.

Una escena grotesca en medio de la calle, serían las 11:34. Llevaba  gafas de sol en plena noche y el pelo mojado sobre su cara le daba un aspecto fantasmal. La ropa empapada, quizás un par de tallas más grande. No se movía. Pero permanecía de pie en aquella estúpida esquina de la calle. La única señal de que no estaba muerto. Mantenía la cara agachada y, de vez en cuando, su pecho se hinchaba, dando pequeños hipidos. La única señal de que lloraba.

La mejor encubridora.
No temía por su vida. En cierto modo no lo hacía, mas, cómo podía afirmarlo si él ya no tenía vida. ¿Acaso no lo veían allí? Él ya no era él. Era algo. La lluvia borraba de su rostro toda señal de agua salada que podrían haber habido surcando sus mejillas como si de barcos en la mar se trataran. Quizás, por eso amaba tanto a la lluvia. Era la mejor encubridora que existía.

Pasos. Son rápidos. Una pareja. Se ríen. Se besan bajo un paraguas enorme. No lo miran. No los culpen. La felicidad nos ciega a todos. Mira al suelo, suspira al comprobar que apenas se ve. Se funde con el agua salada, con la de lluvia, con el color oscuro del suelo. Es consciente. No le queda mucho. Mucho…tiempo. Pero sonríe. Es curioso. Siempre estaba quejándose de lo que necesitaba a ese al que llaman tiempo. Y nunca se había dado cuenta que era eso lo que más le sobraba. A todos les sobra. Nadie quiere repartirlo. Nadie quiere compartirlo. Todos mienten.

Él también. 

Espina.

Parece, aunque a veces sólo lo parece, que por cada cosa mala que a uno le dicen, diez de las buenas se olvidan, se escapan. Como si nunca ...